Benjamin Franklin decía que la felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días. No le faltaba razón. También dicen que el verdadero secreto de la felicidad consiste en exigir mucho de nosotros mismos y muy poco de los demás.
Sin embargo, yo soy de los que piensa que la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna… Pero fuera bromas, la felicidad es darse cuenta que nada es demasiado importante. Todo en esta vida es relativo y tiene la importancia que le queramos dar. Ser feliz es tan sencillo como darle importancia a las cosas buenas que nos pasan diariamente y olvidar las negativas.
Desde otro punto de vista, el hombre más feliz del mundo será aquel que sepa reconocer los méritos de los demás y pueda alegrarse del bien ajeno como si fuera propio. El hombre feliz es el que vive objetivamente, el que es libre en sus afectos y tiene amplios intereses, el que se asegura la felicidad por medio de estos intereses y afectos que, a su vez, le convierten a él en objeto de interés y el afecto de otros muchos.
Pero por otro lado, queremos ser más felices que los demás, y eso es dificilísimo, porque siempre les imaginamos mucho más felices de lo que son en realidad. Y recuerda… Si el dinero no te da la felicidad, devuélvelo.