No existe un estado de euforia permanente. Las personas, como la economía, pasamos por diferentes ciclos. Los malos se deben superar y lo más importante: aprender de ellos. Me da pena ver a personas inteligentes venirse abajo y abandonar proyectos ante el primer obstáculo, a personas jóvenes que fracasan en su primer noviazgo y maldicen contra toda la humanidad, los que no pueden soportar un pequeño batacazo en su brillante carrera triunfadora, los que se divorcian y sienten que su vida ya no tiene sentido, o los que se hunden miserablemente a la primera de cambio por problemas económicos.
El mayor de los fracasos suele ser dejar de hacer las cosas por miedo a fracasar. Entiendo el fracaso como algo positivo, algo bueno que nos ayuda a ser mejores. Porque errores los cometemos todos. No hay nadie perfecto. La diferencia es que unos sacan de ellos enseñanza para el futuro y humildad, mientras que otros sólo obtienen amargura y pesimismo. El éxito está en la capacidad de superar los tropiezos con esfuerzo, coraje y sacrificio.
Los problemas cotidianos juegan a nuestro favor. El fracaso nos brinda la oportunidad de superarnos, de dar lo mejor de nosotros mismos. Es así, en medio de un entorno en el que no todo nos viene dado, como con los pequeños fracasos se va curtiendo el carácter, se va adquiriendo fuerza y autenticidad. En esta vida nadie nos va a regalar nada. Es cierto que no es fácil superarse, pero esa actitud de prosperar, de mirar al futuro con optimismo, es la que nos permite levantarnos cada mañana con una sonrisa.
En definitiva, triunfar es aprender a fracasar. El éxito en la vida viene de saber afrontar las inevitables faltas de éxito del vivir de cada día. Cada frustración, cada descalabro, cada contrariedad, cada desilusión, lleva consigo el germen de una infinidad de capacidades humanas desconocidas, sobre las que los espíritus pacientes y decididos han sabido ir edificando lo mejor de sus vidas. El futuro es tuyo, no lo desaproveches.