Desde que las marcas pasaron a ser más relevantes dentro de la importancia que tienen para el consumidor, se empezaron a constituir símbolos de éxito y de estilos de vida. Y es que las marcas que compramos dicen mucho sobre nosotros, sobre qué es importante en nuestra vida y sobre nuestros valores. Son mucho más que un simple eslogan. Las marcas pasaron de ser sólo nombres de un producto a formar culturas enteras.
Somos capaces de detectar una marca a través de un nombre, logo, color, forma, aroma o sonido. Nos brindan una experiencia particular a través del tiempo y en forma constante. Cada vez más, los consumidores han dejado de buscar productos banales para centrarse en las experiencias que complementen su forma de vida, y desean marcas que digan algo sobre sus aspiraciones.
Para crear una buena experiencia de marca es importante saber que abarca todos aquellos elementos con los que el cliente se encuentra a la hora de realizar su compra: el producto, el logo, el packaging, las instrucciones del mismo, la publicidad, la posición donde está colocado en un determinado punto de venta, los servicios complementarios asociados, los diferentes usos del producto, la mayor o menor facilidad para disponer del producto, el valor añadido que aporta respecto a otro, y la utilidad que un determinado consumidor le puede dar al mismo.
De modo que tenemos que atender correctamente a todos aspectos más sensoriales, los que transmiten sentimientos y emociones. En definitiva, los que llegan a corazón. Debemos conseguir que la persona pueda soñar, desear, sentir, decidir, pedir, disfrutar y volver a gozar de una experiencia de marca. Y que la haga maravillosamente feliz. Ese es el verdadero poder de una marca.