La gente que nos rodea nos dice que no viajemos. Nuestras familias entran en pánico cuando les decimos que nos queremos ir de viaje. Nuestros mejores amigos no quieren que nos vayamos lejos de su lado. Todas esas personas que queremos y nos quieren nos dicen que no viajemos. No quieren que cojamos cualquier medio de transporte para establecer una distancia física entre nosotros. En definitiva, la gente quiere que nos quedemos donde estamos, que no seamos valientes, que no nos la juguemos. Que si salimos de casa sea para ir a comprar el pan, como mucho.
Nuestro jefe nos dice que no viajemos porque le preocupa más la facturación de la empresa que nuestros sueños. Nuestro casero no quiere que viajemos porque no le apetece nada tener que ponerse a buscar otra persona que ocupe nuestro lugar. El camarero de nuestro bar o restaurante favorito no quiere que viajemos porque va a perder su cliente más valioso. Los amigos del gimnasio no quieren que viajemos porque no saben si encontrarán a otra persona de confianza a la que pedirle sujetar las mancuernas cuando las fuerzas les fallan.
Nuestro calendario nos dice que no viajemos, por tener una boda los próximos meses, por las vacaciones previstas en verano, por el cumpleaños de nuestra madre, por esa fiesta que uno de tus amigos organiza cada caño y nunca te pierdes, por el partido de tu equipo que decidirá el final de la liga, por pasar las navidades en casa en familia. Nos dicen que no viajemos porque quedan demasiadas cosas por hacer.
Nuestras tarjetas de crédito nos dicen que no viajemos porque se van a poner a temblar. Nuestra cuenta bancaria nos dice que mejor no viajemos o se va poner roja. Nuestra entidad financiera nos dice que no viajemos porque no le vamos a poder devolver el préstamo que le pedimos para comprarnos un coche. ¡O peor aun, pagar la hipoteca! Nos dicen que no viajemos porque no nos lo podemos permitir.
La televisión nos dice que no viajemos mostrando imágenes de extremistas sujetando pistolas delante de niños o utilizando armas de guerra en contra de civiles, por los regueros de sangre que deja a su paso el crimen organizado, por la cantidad de narcotraficantes que matan con total impunidad, por la corrupción que afecta a todos los estamentos sociales y políticos de medio mundo, por las historias trágicas que se cuentan en los telenoticias de abusos o secuestros, por la cantidad de conflictos bélicos que no parecen tomar el camino hacia la paz. Nos dicen que no viajemos porque el mundo no es un lugar seguro, que los turistas somos objetivo fácil en algunos países y que debemos desconfiar de las personas de las personas que se cruzan por nuestro camino.
Nos dicen que no viajemos por el estrés que sufre la sociedad, por el miedo irracional que apenas se puede explicar con palabras, por no querer pasar 20 horas sentado en un avión junto a un desconocido, por no querer dormir en un dormitorio con personas que acabas de conocer y no hablan tu idioma, por si te preguntan y no sabes que responder, por si sales a la calle y te pierdas nada más girar la primera calle…
Nos dicen que no viajemos cuando no confiamos en nosotros mismos.
Y a pesar de todo eso, nosotros viajamos.
Nos vamos de viaje con todo el mundo en nuestra contra, con muchas personas dándonos razones para quedarnos, sí, a pesar de todo eso, hacemos la mochila y viajamos en busca de un nuevo amanecer. Y cuando empezamos a viajar, algo extraño sucede.
Entonces empezamos a confiar en nosotros mismos. Elegimos no dejarnos llevar por el miedo y la incertidumbre. Comenzamos a vivir una vida que pensábamos era imposible. Descubrimos que viajar es una de las cosas más hermosas, que las experiencias no se pueden explicar con palabras, hay que vivirlas. Que merece la pena salir de nuestra zona de confort e intentarlo a pesar de todo.
Luego empezamos también a confiar más en los demás. Decidimos no hacer más caso a lo que aparece en televisión, no vamos a permitir que nos convenzan de que la humanidad es mala por naturaleza, en los medios solamente destacan los malos y se cubren los desastres, no los casos de éxito. Descubrimos que podemos tener amigos repartidos por todo el mundo, no solamente en la ciudad donde fuiste a la escuela. Que es precioso conocer a personas con otros puntos de vista, orgullosas de sus culturas y países y dispuestas a mostrarte lo mejor de ellas. La cantidad de cosas que se pueden conseguir solamente preguntando.
Viajar puede cambiar por completo nuestros hábitos de consumo. Empezamos a comprar menos y a valorar más lo que tenemos. Empezamos a vivir un estilo de vida más simple, minimalista y dando menos importancia a la abundancia. Que el dinero no es un fin, es un medio. Preferimos coleccionar momentos en vez de cosas. Reducimos nuestras posesiones y descubrimos que con menos somos más libres y con menos problemas.
Aprendemos a estar menos ocupados. Elegimos ahorrar tiempo para viajar, soñar y vivir. Esto no significa que el próximo aniversario de nuestra madre o la boda de nuestro mejor amigo no son importantes para ti, lo son y mucho. Pero sabemos que si esperáramos a tener nuestro calendario libre para salir en busca de nuestra próxima gran aventura, podríamos quedar esperando el resto de nuestra vida.
Nos preocupamos menos. Elegimos ser nosotros los dueños de nuestras vidas, elegimos nosotros el camino que queremos seguir, no dejamos que la sociedad o terceras personas elijan por nosotros. Todos tenemos nuestra propia visión de la vida y seguramente la mía pueda ser diferente a la tuya. Es normal y comprensible, en las diferencias está lo interesante. Y algo muy importante, aprendemos a decir que «no» más veces que a decir que «sí» logrando de ese modo quedar atrapados en situaciones que no nos llenan de verdad por el simple hecho de quedar bien.
Y cuando regresamos a casa tras un largo viaje, somos más felices que antes, apreciamos más los pequeños gestos de los demás y amamos todavía más si cabe a quienes nos quieren de verdad. Porque no hay nada como subirte a un avión para darte cuenta de lo mucho que has dejado atrás y a partir de entonces darle el valor que se merece.
Foto: En dirección a Toledo desde Madrid-Atocha con Renfe. Solamente me llevé unas gafas de sol, agua, algo de dinero y el billete de tren, por supuesto.
Todos tus sueños pueden hacerse realidad si tienes el coraje de perseguirlos.
Muy buen artículo, planeo viajar por el mundo, ya tengo en mente sacar mi pasaporte y juntar dinero, pero consideras importante que hable inglés o con mi propio idioma podré desenvolverme?, se que con la práctica podré aprender un nuevo idioma pero qué tan fácil es…
Hola Eduardo, depende de donde quieras ir. Si viajas a España o América Latina con el español te será suficiente porque es el idioma oficial y no tendrás problema. Todo el mundo lo habla. Pero si quieres viajar por cualquier otro país tener un nivel medio-alto de inglés es imprescindible. Saludos.